LIBRO SEGUNDO
LA TERRAZA DEL CLUB
I
El Doctor Carlos Esparza, Ministro del Uruguay, oía con gesto burlón y mundano las confidencias de su caro colega el Doctor Aníbal Roncali, Ministro del Ecuador. Cenaban en el Círculo de Armas:
—Me ha creado una situación enojosa el Barón de Benicarlés. Digá vos, no más, que tengo muy brillantes ejecutorias de macho para temer murmuraciones, pero no dejan de ser molestas esas actitudes del Ministro de España. ¡Qué sonrisas! ¡Qué miradas, amigo!
—¡Ché! Una pasión.
El Doctor Esparza, calvo, miope, elegante, se incrustaba en la órbita el monóculo de concha rubia. El Doctor Aníbal Roncali le miró entre quejoso y risueño:
—Vos estás de chirigota.
El Ministro del Uruguay se disculpó con un aspaviento burlón:
—Aníbal, te veo próximo a dejar la capa entre las manos del Barón de Benicarlés. ¡Y eso puede aparejar un conflicto diplomático, y hasta una reclamación de la Madre Patria!
El Ministro del Ecuador hizo un gesto de impaciencia, acentuado por el revuelo de los rizos:
—¡Sigue el choteo!
—¿Qué pensás vos hacer?
——No lo sé.
—¿Sin duda no aceptar el puesto de secretario para colaborar en la gran empresa que tan elocuentemente tenés vos expuesto esta noche?
—Indudablemente.
—¡Por una meticulosidad!…
—No jugués vos del vocablo.
—Sin juego. Repito que no te asiste razón suficiente para malograr una aproximación de tan lindas esperanzas. El águila y los aguiluchos que abren las juveniles alas para el heroico vuelo. ¡Has estado muy feliz! ¡Eres un gran lírico!
—No me veás vos chuela, Doctorcito.
—¡Lírico, sentimental, sensitivo, sensible, exclamaba el Cisne de Nicaragua! Por eso no lográs vos separar la actuación diplomática y el flirt del Ministro de España.
—Hablemos en serio, Doctorcito. ¿Qué opinión te merece la iniciativa de Sir Jonnes?
—Es un primer avance.
—¿Y qué ulteriores consecuencias le asignás vos a la Nota?
—¡Qui lo si! La Nota puede ser precursora de otras Notas… Ello depende de la actitud que adopte el Presidente. Sir Jonnes, tan cordial, tan evangélico, sólo persigue una indemnización de veinte millones para la West Company Limited. Una vez más, el florido ramillete de los sentimientos humanitarios esconde un áspid.
—La Nota, indudablemente, es un sondeo. Pero ¿cómo opinás vos respecto a la actitud del General? ¿Acordará el Gobierno satisfacer la indemnización?
—Nuestra América sigue siendo, desgraciadamente, una Colonia Europea… Pero el Gobierno de Santa Fe, en esta ocasión, posiblemente no se dejará coaccionar: Sabe que el ideario de los revolucionarios está en pugna con los monopolios de las Compañías. Tirano Banderas no morirá de cornada diplomática. Se unen para sostenerlo los egoísmos del criollaje, dueño de la tierra, y las finanzas extranjeras. El Gobierno, llegado el caso, podría negar las indemnizaciones, seguro de que los radicalismos revolucionarios en ningún momento merecerán el apoyo de las Cancillerías. Cierto que la emancipación del indio debemos enfocarla como un hecho fatal. No es cuerdo cerrar los ojos a esa realidad. Pero reconocer la fatalidad de un hecho, no apareja su inminencia. Fatal es la muerte, y toda nuestra vida se construye en un esfuerzo para alejarla. El Cuerpo Diplomático actúa razonablemente, defendiendo la existencia de los viejos organismos políticos que declinan.
Nosotros somos las muletas de esos valetudinarios crónicos, valetudinarios como aquellos éticos antiguos, que no acaban de morirse.
La brisa ondulaba los estores, y el azul telón de la marina se mostraba en un lejos de sombras profundas, encendido de opalinos faros y luces de masteleros.
II
Humeando los tabacos salieron a la terraza los Ministros del Ecuador y del Uruguay. El Ministro del Japón, Tu-Lag-Thi, al verlos, se incorporó en su mecedora de bambú, con un saludo falso y amable, de diplomacia oriental: Saboreaba el moka y tenía las gafas de oro abiertas sobre un periódico inglés. Se acercaron los Ministros Latino-Americanos. Zalemas, sonrisas, empaque farsero, cabezadas de rigodón, apretones de mano, cháchara francesa. El criado, mulato tilingo, atento a los movimientos de la diplomacia, arrastraba dos mecedoras.
El Doctor Roncali, agitando los rizos, se lanzó en un arrebato oratorio, cantando la belleza de la noche, de la luna y del mar. Tu-Lag-Thi, Ministro del Japón, atendía con su oscura mueca premiosa, los labios como dos viras moradas recogidas sobre la albura de los dientes, los ojos oblicuos, recelosos, malignos. El Doctor Esparza insinuó, curioso de novelerías exóticas:
—¡En el Japón, las noches deben ser admirables!
—¡Oh!… ¡Ciertamente! ¡Y esta noche no está falta de cachet japonés!
Tu-Lag-Thi tenía la voz flaca, de pianillos desvencijados, y una movilidad rígida de muñeco automático, un accionar esquinado de resorte, una vida interior de alambre en espiral:
Sonreía con su mueca amanerada y oscura:
—Queridos colegas, anteriormente no he podido solicitar la opinión de ustedes. ¿Qué importancia conceden ustedes a la Nota?
—¡Es un primer paso!…
El Doctor Esparza daba intención a sus palabras con una sonrisa ambigua, llena de reservas. Insistió el Ministro del Japón:
—Todos lo hemos entendido así. Indudablemente. Un primer paso. ¿Pero cuáles serán los pasos sucesivos? ¿No se romperá el acuerdo del Cuerpo Diplomático? ¿Adónde vamos? El Ministro inglés actúa bajo el imperativo de sus sentimientos humanitarios, pero este generoso impulso acaso se vea cohibido. Las Colonias Extranjeras, sin exclusión de ninguna, representan intereses poco simpatizantes con el ideario de la Revolución. La Colonia Española, tan numerosa, tan influyente, tan vinculada con el criollaje en sus actividades, en sus sentimientos, en su visión de los problemas sociales, es francamente hostil a la reforma agraria, contenida en el Plan de Zamalpoa. En estos momentos —son mis informes— proyecta un acto que sintetice y afirme sus afinidades con el Gobierno de la República. ¿No ocurrirá que se vea desasistido en su humanitaria actuación el Honorable Sir Scott?
Guiñaba los ojos con miopía inteligente y maliciosa el Doctor Carlos Esparza:
—Querido colega, convengamos en que las relaciones diplomáticas no pueden regirse por las claras normas del Evangelio. Tu-Lag-Thi repuso con flébiles maullidos:
—El Japón supedita intereses de sus naturales, aquí radicados, a los principios del Derecho de Gentes. Pero en el camino de las confidencias, y aun de las indiscreciones, no he de ocultar mis pesimismos respecto al apoyo moral que presten algunos colegas a los laudables sentimientos del Ministro inglés. Como hombre de honor, no puedo dar crédito a las insinuaciones y malicias de ciertos rotativos, demasiado afectos al Gobierno de la República.
¡La West Company! ¡Aberrante!
La truculenta palabra final se desgarró, transformada en un chifle de eles y efes, entre la asiática y lipuda sonrisa de Tu-Lag-Thi. El Doctor Aníbal Roncali se acariciaba el bigote, y a flor de labio, con leve temblor, retocaba una frase sentimental. Se lanzó con aquel tic nervioso que agitaba eréctiles, como rabos de lagartijas, los rizos de su negra cabellera:
—El Doctor Banderas no puede ordenar el cierre de los expendios de bebidas. Si tal hiciese, sobrevendría un motín de la plebe. ¡Estas ferias son las bacanales del cholo y del roto!
III
Llegaban ecos de la verbena. Bailaban en ringla las cuerdas de farolillos, a lo largo de la calle. Al final giraba la rueda de un tiovivo. Su grito luminoso, histérico, estridente, hipnotizaba a los gatos sobre el borde de los aleros. La calle tenía súbitos guiños, concertados con el rumor y los ejercicios acrobáticos del viento en las cuerdas de farolillos. A lo lejos, sobre la bruma de estrellas, calcaba el negro perfil de su arquitectura San Martín de los Mostenses.