Siguiente


Epílogo

 

 

I

 

—¡Chac! ¡Chac!

El Tirano, cauto, receloso, vigila las defensas, manda construir fajinas y parapetos, recorre baluartes y trincheras, dicta órdenes:

—¡Chac! ¡Chac!

Encorajinándose con el poco ánimo que mostraban las guerrillas, jura castigos muy severos a los cobardes y traidores: Le contraría fallarse de su primer propósito que había sido caer sobre la ciudad revolucionada y ejemplarizarla con un castigo sangriento. Rodeado de sus ayudantes, con taciturno despecho, se retira del frente luego de arengar a las compañías veteranas, de avanzada en el Campo de la Ranita:

—¡Chac! ¡Chac!

 

 

II

 

Antes del alba se vio cercado por las partidas revolucionarias y los batallones sublevados en los cuarteles de Santa Fe. Para estudiar la positura y maniobra de los asaltantes subió a la torre sin campanas: El enemigo, en difusas líneas, por los caminos crepusculares, descubría un buen orden militar: Aún no estrechaba el cerco, proveyendo a los aproches con paralelas y trincheras. Advertido del peligro, extremaba su mueca verde Tirano Banderas. Dos mujerucas raposas cavaban con las manos en torno del indio soterrado hasta los ijares en la campa del convento:

—¡Ya me dan por caído esas comadritas! ¿Qué hacés vos, centinela pendejo?

El centinela apuntó despacio:

—Están mal puestas para enfilarlas.

—¡Ponle al cabrón una bala y que se repartan la cuera!

Disparó el centinela, y suscitóse un tiroteo en toda la línea de avanzadas. Las dos mujerucas quedaron caídas en rebujo, a los flancos del indio, entre los humos de la pólvora, en el aterrorizado silencio que sobrevino tras la ráfaga de plomo. Y el indio, con un agujero en la cabeza, agita los brazos, despidiendo a las últimas estrellas. El Generalito:

—¡Chac! ¡Chac!

 

 

III

 

En la primera acometida se desertaron los soldados de una avanzada, y desde la torre fue visto del Tirano:

—¡Puta madre! ¡Bien sabía yo que al tiempo de mayor necesidad habíais de rajaros! ¡Don Cruz, tú vas a salir profeta!

Eran tales dichos porque el fámulo rapabarbas le soplaba frecuentemente en la oreja cuentos de traiciones. A todo esto no dejaban de tirotearse las vanguardias, atentos los insurgentes a estrechar el cerco para estorbar cualquier intento de salida por parte de los sitiados. Había dispuesto cañones en batería, pero antes de abrir el fuego, salió de las filas, sobre un buen caballo, el Coronelito de la Gándara. Y corriendo el campo a riesgo de su vida, daba voces intimando la rendición. Injuriábale desde la torre el Tirano:

—¡Bucanero cabrón, he de hacerte fusilar por la espalda!

Sacando la cabeza sobre los soldados alineados al pie de la torre, les dio orden de hacer fuego. Obedecieron, pero apuntando tan alto, que se veía la intención de no causar bajas:

—¡A las estrellas tiráis, hijos de la chingada!

En esto, dando una arremetida más larga de lo que cuadraba a la defensa, se pasó al campo enemigo el Mayor del Valle. Gritó el Tirano:

—¡Sólo cuervos he criado!

Y dictando órdenes para que todas las tropas se encerrasen en el convento, dejó la torre.

Pidió al rapabarbas la lista de sospechosos, y mandó colgar a quince, intentando con aquel escarmiento contener las deserciones:

—¡Piensa Dios que cuatro pendejos van a ponerme la ceniza en la frente! ¡Pues engañado está conmigo!

Hacía cuenta de resistir todo el día, y al amparo de la noche intentar una salida.

 

 

IV

 

Medida la mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en sus cuarteles. Entonces, juzgándose perdido, mirándose sin otra compañía que la del fámulo rapabarbas, se quitó el cinto de las pistolas, y salivando venenosos verdes, se lo entregó:

—¡El Licenciadito concertista, será oportuno que nos acompañe en el viaje a los infiernos!

Sin alterar su paso de rata fisgona, subió a la recámara donde se recluía la hija. Al abrir la puerta oyó las voces adementadas:

—¡Hija mía, no habés vos servido para casada y gran señora, como pensaba este pecador que horita se ve en el trance de quitarte la vida que te dio hace veinte años! ¡No es justo quedés en el mundo para que te gocen los enemigos de tu padre, y te baldonen llamándote hija del chingado Banderas!

Oyendo tal, suplicaban despavoridas las mucamas que tenían a la loca en custodia. Tirano Banderas las golpeó en la cara:

—¡So chingadas! Si os dejo con vida, es porque habés de amortajármela como un ángel.

Sacó del pecho un puñal, tomó a la hija de los cabellos para asegurarla, y cerró los ojos.

Un memorial de los rebeldes dice que la cosió con quince puñaladas.

 

 

V

 

Tirano Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar. Zamalpoa y Nueva Cartagena, Puerto Colorado y Santa Rosa del Titipay, fueron las ciudades agraciadas.

 

 © Gonzalo Díaz Migoyo 2011