El Circo Harris

 

 

 

Libro Segundo

 

 

I

 

El Circo Harris, entre ramajes y focos voltaicos, abría su parasol de lona morena y diáfana. Parejas de gendarmes decoraban con rítmicos paseos las iluminadas puertas, y los lacios bigotes, y las mandíbulas encuadradas por las carrilleras, tenían el espavento de carátulas chinas. Grupos populares se estacionaban con rumorosa impaciencia por las avenidas del Parque: Allí el mayoral de poncho y machete, con el criollo del jarano platero, y el pelado de sabanil y el indio serrano. En el fondo, el diáfano parasol triangulaba sus candiles sobre el cielo verde de luceros.

 

 

II

 

El Vate Larrañaga, con revuelo de zopilote, negro y lacio, cruzó las aceradas filas de gendarmes y penetró bajo la cúpula de lona, estremecida por las salvas de aplausos. Aún cantaba su aria de tenor el Licenciado Sánchez Ocaña. El Vatecito, enjugándose la frente, deshecho el lazo de la china, tomó asiento, a la vera de su colega Fray Mocho: Un viejales con mugre de chupatintas, picado de viruelas y gran nariz colgante, que acogió al compañero con una bocanada vinosa:

—¡Es una pieza oratoria!

—¿Tomaste vos notas?

—¡Qué va! Es torrencial.

—¡Y no acaba!

—La tomó de muy largo.

 

 

 

III

 

El orador desleía el boladillo en el vaso de agua: Cataba un sorbo: Hacía engalle: Se tiraba de los almidonados puños:

—Las antiguas colonias españolas, para volver a la ruta de su destino histórico, habrán de escuchar las voces de las civilizaciones originarias de América. Sólo así dejaremos algún día de ser una colonia espiritual del Viejo Continente. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas cimentan toda la obra civilizadora de la latinidad en nuestra América. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas son grilletes que nos mediatizan a una civilización en descrédito, egoísta y mendaz. Pero si renegamos de esta abyección jurídico religiosa, sea para forjar un nuevo vínculo, donde revivan nuestras tradiciones de comunismo milenario, en un futuro pleno de solidaridad humana, el futuro que estremece con pánicos temblores de cataclismo el vientre del mundo.

Apostilló una voz:

—¡De tu madre!

Se produjo súbito tumulto: Marejadas, repelones, gritos y brazos por alto. Los gendarmes, sacaban a un cholo con la cabeza abierta de un garrotazo. El Licenciado Sánchez Ocaña, un poco pálido, con afectación teatral, sonreía removiendo la cucharilla en el vaso del agua. El Vatecito murmuró palpitante, inclinándose al oído de Fray Mocho:

—¡Quién tuviera una pluma independiente! El patrón quiere una crítica despiadada...

Fray Mocho sacó del pecho un botellín y se agachó besando el gollete:

—¡Muy elocuente!

—Es un oprobio tener vendida la conciencia.

—¡Qué va! Vos no vendés la conciencia. Vendés la pluma, que no es lo mismo.

—¡Por cochinos treinta pesos!

—Son los fríjoles. No hay que ser poeta. ¿Querés vos soplar?

—¿Qué es ello?

—¡Chicha!

—No me apetece.

 

 

IV

 

El orador sacaba los puños, lucía las mancuernas, se acercaba a las luces del proscenio.

Le acogió una salva de aplausos: Con saludo de tenor remontóse en su aria:

—El criollaje conserva todos los privilegios, todas las premáticas de las antiguas leyes coloniales. Los libertadores de la primera hora no han podido destruirlas, y la raza indígena, como en los peores días del virreinato, sufre la esclavitud de la Encomienda. Nuestra América se ha independizado de la tutela hispánica, pero no de sus prejuicios, que sellan con pacto de fariseos, Derecho y Catolicismo. No se ha intentado la redención de indio que, escarnecido, indefenso, trabaja en los latifundios y en las minas, bajo el látigo del capataz. Y esa obligación redentora debe ser nuestra fe revolucionaria, ideal de justicia más fuerte que el sentimiento patriótico, porque es anhelo de solidaridad humana. El Océano Pacífico, el mar de nuestros destinos raciales, en sus más apartados parajes, congrega las mismas voces de fraternidad y de protesta. Los pueblos amarillos se despiertan, no para vengar agravios, sino para destruir la tiranía jurídica del capitalismo, piedra angular de los caducos Estados Europeos. El Océano Pacífico acompaña el ritmo de sus mareas con las voces unánimes de las razas asiáticas y americanas, que en angustioso sueño de siglos, han gestado el ideal de una nueva conciencia, heñida con tales obligaciones, con tales sacrificios, con tan arduo y místico combate, que forzosamente se aparecerá delirio de brahamanes a la sórdida civilización europea, mancillada con todas las concupiscencias y los egoísmos de la propiedad individual.

Los Estados Europeos, nacidos de guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian sus crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos llevan la deshonestidad hasta el alarde orgulloso de sus felonías, hasta la jactancia de su cínica inmoralidad a través de los siglos. Y esta degradación se la muestran como timbre de gloria a los coros juveniles de sus escuelas. Frente a nuestros ideales, la crítica de esos pueblos es la crítica del romano frente a la doctrina del Justo. Aquel obeso patricio, encorvado sobre el vomitorio, razonaba con las mismas bascas. Dueño de esclavos, defendía su propiedad:

Manchado con las heces de la gula y del hartazgo, estructuraba la vida social y el goce de sus riquezas sobre el postulado de la servidumbre: Cuadrillas de esclavos hacían la siega de la mies: Cuadrillas de esclavos bajaban al fondo de la mina: Cuadrillas de esclavos remaban en el trirreme. La agricultura, la explotación de los metales, el comercio del mar, no podrían existir sin el esclavo, razonaba el patriciado de la antigua Roma. Y el hierro del amo en la carne del esclavo se convertía en un precepto ético, inherente al bien público y a la salud del Imperio. Nosotros, más que revolucionarios políticos, más que hombres de una patria limitada y tangible, somos catecúmenos de un credo religioso. Iluminados por la luz de una nueva conciencia, nos reunirnos en la estrechez de este recinto, como los esclavos de las catacumbas, para crear una Patria Universal. Queremos convertir el peñasco del mundo en ara sidérea donde se celebre el culto de todas las cosas ordenadas por el amor. El culto de la eterna armonía, que sólo puede alcanzarse por la igualdad entre los hombres. Demos a nuestras vidas el sentido fatal y desinteresado de las vidas estelares; liguémonos a un fin único de fraternidad, limpias las almas del egoísmo que engendra el tuyo y el mío, superados los círculos de la avaricia y del robo.

 

 

V

 

Nuevo tumulto. Una tropa de gachupines, jaquetona y cerril, gritaba en la pista:

—¡Atorrante!

—¡Guarango!

—¡Pelado!

—¡Carente de plata!

—¡Divorciado de la Ley!

—¡Muera la turba revolucionaria!

La gachupia enarbolaba gritos y garrotes al amparo de los gendarmes. En concierto clandestino, alborotaban por la gradería los disfrazados esbirros del Tirano. Arreciaba la escaramuza de mutuos dicterios:

—¡Atorrantes!

—¡Muera la tiranía!

—¡Macaneadores!

—¡Pelados!

—¡Carentes de plata!

—¡Divorciados de la Ley!

—¡Macaneadores!

—¡Anárquicos!

—¡Viva Generalito Banderas!

—¡Muera la turba revolucionaria!

Las graderías de indios ensabanados se movían en oleadas:

—¡Viva Don Roquito!

—¡Viva el apóstol!

—¡Muera la tiranía!

—¡Muera el extranjero!

Los gendarmes comenzaban a repartir sablazos. Cachizas de faroles, gritos, manos en alto, caras ensangrentadas. Convulsión de luces apagándose. Rotura de la pista en ángulos.

Visión cubista del Circo Harris.

 © Gonzalo Díaz Migoyo 2011