Paso de bufones
Libro Tercero
I
Tirano Banderas, en la ventana, apuntaba su catalejo sobre la ciudad de Santa Fe:
—¡Están de gusto las luminarias! ¡Pero que muy lindas, amigos!
La rueda de compadres y valedores rodeaba el catalejo y la escalerilla astrológica con la mueca verde encaramada en el pináculo:
—No puede negársele al pueblo pan y circo. ¡Están pero que muy lindas las luminarias!
De Santa Mónica, el viento del mar traía los opacos estampidos de una fusilada:
—¡El pueblo, libre de propagandas funestas, es bueno! ¡Y el rigor muy saludable!
La trinca de compadritos, abierta en círculo, tenía la atención pendiente del Tirano.
II
Tirano Banderas dejó su pináculo, y metiéndose en el círculo de valedores y compadres, sacó de una oreja al Licenciado Veguillas:
—Vamos a oír por última vez su concierto batracio. ¿Cómo tiene la gola? ¿Quiere aclararse la voz con algún gargarismo?
En torno, adulando la befa, reía la trinca, asustada, complaciente y ramplona. Aleló Nachito:
—Qué limpieza de notas se le puede pedir a un presunto cadáver?
—Hace mal rehusando amansar con la música a sus jueces. Señores, este amigo entrañable aparece como reo de traición, y de no haberse descubierto su complicidad, pudo fregarles a todos ustedes. Recordarán cómo en la noche de ayer, actuando en el seno de la confianza, les declaré el propósito justiciero en que estaba con respecto a las subversiones del Coronel Domiciano de la Gándara. Fuera de este recinto han sido divulgadas las palabras que profirió en el seno de la amistad Santos Banderas. Ustedes van a instruirme, en cuanto a la pena que corresponde a este divulgador de mis secretos. Han sido citados los testigos de su defensa, y si lo autorizan, se les hará comparecer y oirán sus descargos. Según tiene manifestado, una mundana con sonambulismo le adivinó el pensamiento. Con antelación, esta niña había estado sometida a los pases magnéticos de un cierto Doctor Polaco. ¡Estamos en un folletín de Alejandro Dumas! Ese Doctor que magnetiza y desenvuelve la visión profética en las niñas de los congales, es un descendiente venido a menos de José Balsamo. ¿Se recuerdan ustedes la novela? Un folletín muy interesante. ¡Lo estamos viviendo! ¡El Licenciadito Veguillas, observen no más, émulo del genial mulato! Merito va a decirnos adónde emigraba en compañía del rebelde Coronel Domiciano de la Gándara.
Hipaba Nachito:
—Pues no más que salíamos platicando de un establecimiento.
—¿Los dos briagos?
—¡Patroncito, dimanante de las ferias, es una pura farra toda Santa Fe! Pues no más aquel macaneador, tal como íbamos platicando, da una espantada y se mete por una puerta. Merito merito la abría un encamisado. Y en el atolondro, yo metí detrás las orejas como un guanaco.
—¿Puede manifestarnos el establecimiento donde se habían juntado para la farra?
—Mi Generalito, no me sonroje, que es un lugar muy profano para nombrarlo en esta Sala de Audiencia. Ante su noble figura patricia, mi cara se cubre de vergüenza.
—Conteste a la pregunta. ¿En qué crápula se halló con el Coronel de la Gándara, y qué confidencias tuvieron en este presunto lugar? Licenciadito, usted conocía la orden de arresto, y con alguna palabra pronunciada durante la embriaguez puso en sospecha al fugado.
—¿Mi lealtad de tantos años, no me acredita?
—Pudo ser un acto irreflexivo, pero el estado de alcoholismo no es atenuante en el Tribunal de Santos Banderas. Usted es un briago que se pasa las noches de farra en los lenocinios. Sepa que todos sus pasos los conoce Santos Banderas. Le antepongo que solamente con la verdad podrá desenojarme. Licenciadito, quiero tenderle una mano y sacarle de la ciénaga donde cornea atorado, porque el delito de traición apareja una penalidad muy severa en nuestros Códigos.
—Señor Presidente, hay enredos en la vida que sobrecogen y hacen cavilar, enredos que son una novela. La noche de autos he visitado a una gatita que lee los pensamientos.
—¿Y una gatita con tanta ciencia está en un lenocinio para que usted la festeje?
—Pues la pasada noche así sucedió en lo de Cucarachita. Quiero declararlo todo y desahogar mi conciencia. Estábamos los dos pecando. ¡Noche de Difuntos era la de ayer, Generalito! Valedores, por mi honor lo garanto, aquella morocha tenía un cirio bendito desvelándole los misterios. ¡Leía los pensamientos!
—Licenciadito, ésas son quimeras alcohólicas, pues la pasada noche se hallaba usted totalmente briago cuando entró con la chinita. Me ha sido usted traidor, divulgando mis secretos en vitando comercio con una mundana, y por primera providencia, para templar esa carne tan ardorosa, le está indicado el cepo. Licenciadito, reléguese a un rincón, arrodíllese y procure elevar el pensamiento al Ser Supremo. Estos amigos dilectos van a juzgarle, y de sus deliberaciones puede salirle una sentencia de muerte. Licenciadito, van a comparecer los testigos que ha nominado en su defensa, y si le favorecen sus declaraciones, será para mí de sumo beneplácito. Señor Coronel López de Salamanca, luego luego ejecute las diligencias para que acudan a esclarecernos la niña mundana y el Doctor Polaco.
III
El Coronel Licenciado López de Salamanca, arrestándose a un canto de la puerta, hizo entrar al Doctor Polaco. Detrás, pisando de puntas, asomó Lupita la Romántica. El Doctor Polaco, alto, patilludo, gran frente, melena de sabio, vestía de fraque con dos bandas al pecho y una roseta en la solapa. Saludó con una curvatura pomposa y escenográfica, colocándose la chistera bajo el brazo:
—Presento mis homenajes al Supremo Dignatario de la República. Michaelis Lugín, Doctor por la Universidad del Cairo, iniciado en la Ciencia Secreta de los Brahmanes de Bengala.
—¿Profesa usted las doctrinas de Allán Kardec?
—Soy no más un modesto discípulo de Mesmer. El espiritismo allankardiano es una corruptela pueril de la antigua nigromancia. Las evocaciones de los muertos se hallan en los papiros egipcios y en los ladrillos caldeos. La palabra con que son designados estos fenómenos se forma de dos griegas.
—¡Este Doctorcito se expresa muy doctoralmente! ¿Y ganás vos la plata con el título de Profeta del Cairo?
—Señor Presidente, mi mérito, si alguno tengo, no está en ganar plata y amontonar riquezas. He recibido la misión de difundir las Doctrinas Teosóficas y preparar al pueblo para una próxima era de milagros. El Nuevo Cristo arrastra su sombra por los caminos del Planeta.
—¿Reconoce haber dormido a esta niña con pases magnéticos?
—Reconozco haber realizado algunas experiencias. Es un sujeto muy remarcable.
—Puntualice cada una.
—El Señor Presidente, si lo desea, puede ver el programa de mis experiencias en los Coliseos y Centros Académicos de San Petersburgo, Viena, Nápoles, Berlín, París, Londres, Lisboa, Río Janeiro. Últimamente se han discutido mis teorías sobre el karma y la sugestión biomagnética en la gran Prensa de Chicago y Filadelfia. El Club Habanero de la Estrella Teosófica me ha conferido el título de Hermano Perfecto. La Emperatriz de Austria me honra frecuentemente consultándome el sentido de sus sueños. Poseo secretos que no revelaré jamás. El Presidente de la República Francesa y el Rey de Prusia han querido sobornarme durante mi actuación en aquellas capitales. ¡Inútilmente! El Sendero Teosófico enseña el menosprecio de honores y riquezas. Si se me autoriza, pondré mis álbumes de fotografías y recortes a las órdenes del Señor Presidente.
—¿Y cómo doctorándose en tan austeras doctrinas, y con tan alto grado en la iniciación teosófica, corre la farra por los lenocinios? Sírvase iluminarnos con su ciencia y justificar la aparente aberración de esa conducta.
—Permítame el Señor Presidente que solicite el testimonio de la Señorita Médium.
Señorita, venciendo el natural rubor, manifieste a los señores si ha mediado concupiscencia.
Señor Presidente, el interés científico de las experiencias biomagnéticas, sin otras derivaciones, ha sido norma de mi actuación. He visitado ese lugar porque me habían hablado de esta Señorita. Deseaba conocerla y, si era posible, trascender su vida a otro círculo más perfecto. ¿Señorita, no le propuse a usted redimirla?
—¿Pagarme la deuda? El que toda la noche no paró con esa sonsera fue el Licenciado.
—¡Señorita Guadalupe, recuerde usted que como un padre la he propuesto acompañarme en la peregrinación por el Sendero!
—¡Sacarme en los teatros!
—Mostrar a los públicos incrédulos los ocultos poderes demiúrgicos que duermen en el barro humano. Usted me ha rechazado, y he tenido que retirarme con el dolor de mi fracaso.
Señor Presidente, creo haber disipado toda sospecha referente a la pureza de mis acciones. En Europa, los más relevantes hombres de ciencia estudian estos casos. El Mesmerismo tiene hoy su mayor desenvolvimiento en las Universidades de Alemania.
—Va usted a servirse repetir, punto por punto, las experiencias que la pasada noche realizó con esa niña.
—El Señor Presidente me tiene a sus órdenes. Repito que puedo ofrecerle un programa selecto de experiencias similares.
—Esa niña, en atención a su sexo, será primeramente interrogada. El Licenciado Veguillas tiene manifestado como evidente que en determinada circunstancia le fue sustraído el pensamiento por los influjos magnéticos de la interfecta.
La niña del trato bajaba los ojos a las falsas pedrerías de sus manos:
—A tener esos poderes, no me vería esclava de un débito con la Cucaracha. Licenciadito, vos lo sabés.
—Lupita, para mí has sido una serpiente biomagnética.
—¡Que así me acusés vos, con todito que os di el amoniaco!
—Lupita, reconoce que estabas la noche pasada con un histerismo magnético. Tú me leíste el pensamiento cuando alborotaba en el baile aquel macaneador de Domiciano. Tú le diste el santo para que se volase.
—¡Licenciado, si estaban los dos ustedes puntos briagos! Yo quise no más verlos fuera de la recámara.
—Lupita, en aquella hora tú me adivinaste lo que yo pensaba. Lupita, tú tienes comercio con los espíritus. ¿Negarás que te has revelado médium cuando te durmió el Doctor Polaco?
—Efectivamente, esta Señorita es un caso muy remarcable de lucidez magnética. Para que la distinguida concurrencia pueda apreciar mejor los fenómenos, la Señorita Médium ocupará una silla en el centro, bajo el lampadario. Señorita Médium, usted me hará el honor.
La tomó de la mano y, ceremonioso, la sacó al centro de la sala. La niña, muy honesta, con pisar de puntas y los ojos en tierra, apenas apoyaba el teclado de las uñas suspendida en el guante blanco del Doctor Polaco.
—¡Chac! ¡Chac!
IV
Tenía una verde senectud la mueca humorística de la momia indiana. El Doctor Polaco sacó del fraque la vara mágica, forjada de siete metales, y con ella tocó los párpados de Lupita: Finalizó con una gran cortesía, saludando con la vara mágica. Entre suspiros, enajenóse la daifa. Veguillas, arrodillado en un rincón, esperaba el milagro: Iba a resplandecer la luz de su inocencia: Lupita y el farandul le apasionaban en aquel momento con un encanto de folletín sagrado: Oscuramente, de aquellos misterios, esperaba volver a la gracia del Tirano. Se estremeció. La mueca verde mordía la herrumbre del silencio:
—¡Chac! ¡Chac! Va usted a servirse repetir, punto por punto, como creo haberle indicado, las experiencias que la noche de ayer realizó con la niña de autos.
—Señor Presidente, tres formas adscritas al tiempo adopta la visión telepática: Pasado, Actual, Futuro. Este triple fenómeno rara vez se completa en un médium. Aparece disperso.
En la Señorita Guadalupe, la potencialidad telepática no alcanza fuera del círculo del Presente. Pasado y Venidero son para ella puertas selladas. ¿Y dentro del fenómeno de su visión telepática, el ayer más próximo es un remoto pretérito. Esta Señorita está imposibilitada, absolutamente, para repetir una anterior experiencia. ¡Absolutamente! Esta Señorita es un médium poco desenvuelto: ¡Un diamante sin lapidario! El Señor Presidente me tiene a sus órdenes para ofrecerle un programa selecto de experiencias similares, en lo posible.
La acerba mueca llenaba de arrugas la máscara del Tirano:
—Señor Doctor, no se raje para dar satisfacción al deseo que le tengo manifestado.
Quiero que una por una repita todas las experiencias de anoche en el lenocinio.
—Señor Presidente, sólo puedo repetir experimentos parejos. La Señorita Médium no logra la mirada retrospectiva. Es una vidente muy limitada. Puede llegar a leer el pensamiento, presenciar un suceso lejano, adivinar un número en el cual se sirva pensar el Señor Presidente.
—¿Y con tantos méritos de perro sabio se prostituye en una casa de trato?
—La gran neurosis histérica de la ciencia moderna podría explicarlo. Señorita, el Señor Presidente se dignará elegir un número con el pensamiento. Va usted a tomarle la mano y a decirlo en voz alta, que todos lo oigamos. Voz alta y muy clara, Señorita Médium.
—¡Siete!
—Como siete puñales. ¡Chac! ¡Chac!
Gimió en su destierro Nachito:
—¡Con ese juego ilusorio me adivinaste ayer el pensamiento!
Tirano Banderas se volvió, avinagrado y humorístico:
—¿Por qué visita los malos lugares, mi viejo?
—Patroncito, hasta en música está puesto que el hombre es frágil.
El Tirano, recogiéndose en su gesto soturno, clavó los ojos con suspicaz insistencia en la pendejuela del trato. Desmayada en la silla, se le soltaban los peines y el moño se le desbarata en una cobra negra. Tirano Banderas se metió en la rueda de compadres:
—De chamacos hemos visto estos milagros por dos reales. Tantos diplomas, tantas bandas y tan poca suficiencia. Se me está usted antojando un impostor, y voy a dar órdenes para que le afeiten en seco la melena de sabio alemán. No tiene usted derecho a llevarla.
—Señor Presidente, soy un extranjero acogido en su exilio bajo la bandera de esta noble República. Enseño la verdad al pueblo, y le aparto del positivismo materialista. Con mis cortas experiencias, adquiere el proletariado la noción tangible de un mundo sobrenatural. ¡La vida del pueblo se ennoblece cuando se inclina sobre el abismo del misterio!
—¡Don Cruz! Por lo lindo que platica le harés, no más, la rasura de media cabeza.
El Tirano remegía su mueca con avinagrado humorismo, mirando al fámulo rapista, que le presentaba un bodrio peludo, suspendido en el prieto racimo de los dedos:
—¡Es peluca, patrón!
V
La niña del trato se despertaba suspirante, salía a las fronteras del mundo con lívido pasmo, y en el pináculo de la escalerilla, la momia indiana apuntaba su catalejo sobre la ciudad. El guiño desorbitado de las luminarias brizaba clamorosos tumultos de pólvoras, incendios y campanas, con apremiantes toques de cornetas militares:
—¡Chac! ¡Chac! ¡Zafarrancho tenemos! Don Cruz, andate a disponerme los arreos militares.
El guaita de la torre ha desclavado su bayoneta de la luna, y dispara el fusil en la oscuridad poblada de alarmas. El reloj de Catedral difunde la rueda sonora de sus doce campanadas, y sobre la escalerilla dicta órdenes el Tirano:
—Mayor del Valle, tome usted algunos hombres, explore el campo y observe por qué cuarteles se ha pronunciado el tiroteo.
Cuando el Mayor del Valle salía por la puerta, entraba el fámulo, que abiertos los brazos, con pinturera morisqueta, portaba en bandeja el uniforme, cruzado con la matona de su Generalito Banderas. Se han dado de bruces, y rueda estruendosa la matona. El Tirano, chillón y colérico, encismado, batió con el pie, haciendo temblar escalerilla y catalejo:
—¡Sofregados, ninguno la mueva! ¡Vaya un augurio! ¿Qué enigma descifra usted, Señor Doctor Mágico?
El farandul, con nitidez estática, vio la sala iluminada, el susto de los rostros, la torva superstición del Tirano. Saludó:
—En estas circunstancias, no me es posible formular un oráculo.
—¿Y esta joven honesta, que otras veces ha mostrado tan buena vista, no puede darnos referencia, en cuanto al tumulto de Santa Fe? Señor Doctor, sírvase usted dormir e interrogar a la Señorita Médium. Yo paso a vestirme el uniforme. ¡Que ninguno toque mi espada!
Un levantado son de armas rodaba por los claustros luneros, retenes de tropas acudían a redoblar las guardias. La morocha del trato suspira bajo los pases magnéticos del pelón farandul, vuelto el blanco de los ojos sobre el misterio:
—¿Qué ve usted, Señorita Médium?
VI
El reloj de Catedral enmudece. Aún quedan en el aire las doce campanadas, y espantan la cresta los gallos de las veletas. Se consultan sobre los tejados los gatos y asoman por las guardillas bultos en camisa. Se ha vuelto loco el esquilón de las Madres. Por el Arquillo cornea una punta de toros y los cabestros, en fuga, tolodrean la cencerra. Estampidos de pólvora. Militares toques de cornetas. Un tropel de monjas pelonas y encamisadas acude con voces y devociones a la profanada puerta del convento. Por remotos rumbos ráfagas de tiroteos. Revueltos caballos. Tumultos con asustados clamores. Contrarias mareas del gentío.
Los tigres, escapados de sus jaulones, rampan con encendidos ojos por los esquinales de las casas. Por un terradillo blanco de luna, dos sombras fugitivas arrastran un piano negro. A su espalda, la bocana del escotillón vierte borbotones de humo entre lenguas rojas. Con las ropas incendiadas, las dos sombras, cogidas de la mano, van en un correr por el brocal del terradillo, se arrojan a la calle cogidas de la mano. Y la luna, puesta la venda de una nube, juega con las estrellas a la gallina ciega, sobre la revolucionada Santa Fe de Tierra Firme.
VII
Lupita la Romántica suspira en el trance magnético, con el blanco de los ojos siempre vuelto sobre el misterio.